EL REENCUENTRO *. AUTORA: Leonora Acuņa de Marmolejo.
EL REENCUENTRO
EL
REENCUENTRO *
AUTORA: Leonora Acuña
de Marmolejo.
Era una mujer preciosa,
delicada, suave, llena de amor y de
ilusiones, pero siempre llevaba a flor de piel una lánguida
tristeza que
parecía sumirla en una amarga depresión.
—Adriana, —le dijo un
día Mauricio, un hombre viudo con
dos niñas Alejandra y
Andrea de ocho y siete años respectivamente, que le
habían quedado de su
difunta esposa. —Necesito hablarte seriamente. Quiero casarme
contigo, pues
además de amarte mucho, mis hijas necesitan de una madre.
Adriana a quien le
consumía el pesar de haber perdido a su primera hija, en su
anhelo de llenar de
nuevo sus ansias maternales, le respondió afirmativamente.
Ella había tenido un amor
fatídico que sólo
le dejó dolor en el alma: un hombre muy
apuesto y opulento para quien ella trabajara como secretaria en su oficina. Este
hombre
comenzó haciéndole muchas atenciones y regalos
costosísimos, despertando en
ella el deslumbramiento hasta cuando vino la entrega total, sin que
antes a
ella se le hubiese ocurrido averiguar por el estado actual y el pasado
de este
hombre de quien sólo sabía que había llegado desde Estados Unidos a Colombia con el fin de
emprender
negocios.
Después de algunas
semanas de aparente felicidad, con mezcla de júbilo y de temor
descubrió que
cargaba en su ser el fruto de esta unión. Entonces se lo
comunico a Steve como
así se llamaba su
amor. Contraria a la reacción de dicha que esperaba de
él, muy dolorosamente y
por primera vez descubrió ante ella a un hombre completamente
diferente: un
hombre duro y cruel que con gran frialdad y decisión se
desprendió de sus
brazos amorosos apartándola con un gesto desdeñoso e
indiferente, al tiempo que por primera vez
le confesó que era un
hombre casado y que tenía esposa e hijos, y que precisamente
llegarían muy
pronto para reunirse con él.
A pesar de esta amarga
verdad, Adriana lloró y le suplicó por un arreglo
conveniente (más que todo por
la seguridad de la criatura
que se gestaba en su vientre), mas
todo fue en vano: él no quería responsabilidades, y mucho
menos que su esposa
se enterase de su aventura. Hábilmente la convenció para
que al menos diera
su hijo en adopción ya que ella se
negó
rotundamente al aborto como
él le sugirió inicialmente. Estas circunstancias unidas
al rotundo rechazo de
parte de su madre -quien aduciendo ciertos prejuicios sociales
también le
sugirió abortar-, y a su falta de
fe y fortaleza
espirituales la
llevaron al convencimiento de dar en adopción a la criatura de
sus entrañas.
—Viajó a los Estados
Unidos para hacer unos cursos de inglés. -era la
contestación de su madre
Tamara a los amigos que preguntaban por Adriana; cuando la verdad era
que Steve
la había mandado a la Florida
a pasar el tiempo de gestación en la casa de verano de unos
amigos.
Al poco tiempo de haber
nacido la niña, una agencia de adopciones -con la que ya los
padres biológicos
habían hecho acuerdos-, se encargó de entregarla a los
nuevos y ansiosos padres
adoptivos.
Para arreglar un poco la
situación con Adriana, Steve que aún pretendía
continuar con ella sus
relaciones clandestinas, la envió por unos meses en “viaje
de placer” con todos
los gastos pagos a la isla de Martinica, y luego como para aplacar su
conciencia mezquina de conquistador, la indemnizó con una buena
cantidad de
dinero.
A su regreso ella fue a
visitarlo a su oficina, y cuál no sería su desconcierto
cuando
descubrió allí a la esposa
que ignorante de lo ocurrido, airosa y posesiva le hacía mimos a
su esposo.
Cuando Steve la vio llegar se dio los medios de sacarla del brazo al
pasillo, y enfático y decidido
le ordenó retirarse “porque aquí está mi
esposa y no quiero problemas”.
—Vete ya, y no vuelvas a
perturbar mi vida .— le dijo autoritario.
—Creo que estás bien
pagada.—le añadió cínicamente.
Sintiendo como si la tierra se abriese bajo sus
plantas
en aquel crucial momento, en un mar de lágrimas y bajo el
más grande desengaño degarrando
su corazón, Adriana abandonó la escena rogando al cielo
la ayudara a
sobreponerse y a olvidar este doloroso pasado.
Cuando tras de algunos meses
logró sobrepasar el terrible impacto emocional, encontró
un buen empleo bien
remunerado, y se hizo el propósito de seguir adelante como si
emprendiera una
nueva vida, aunque a menudo tenía pesadillas asociadas con esa
bebé fruto de
sus entrañas; y cuando veía a una madre paseando a un
niño en su coche, no
lograba substraerse al dolor y al remordimiento de que por su debilidad
y falta
de entereza llegó a ceder a su primogénita.
El tiempo pasó y unos años
más tarde, conoció a Mauricio quien luego vino a ser su
esposo. Se casaron muy
enamorados y luego él bajo la anuencia de ella,
trajo a vivir a su nuevo hogar a sus dos hijas que tras su
viudez, se
encontraban viviendo bajo el cuidado y protección de unos
parientes cercanos.
Desde el primer momento,
a ella le intrigó el particular parecido de Alejandra la
niña mayor con Steve
(de quien no lograba olvidar su rostro ingrato), y era como si al
mirarla, todo el pasado tormentoso
y cruel regresara de nuevo a entronizarse en su mente atormentada por
los
nefandos recuerdos. Entonces sentía el corazónn latir con
violencia . Por otra
parte, la niña en un principio era esquiva con ella y siempre
andaba
lloriqueando por el más
mínimo motivo; mas
aunque añoraba a su madre, con los días una
extraña fuerza la hizo aceptar a
“la madrastra” escogida por su padre, la que a la larga con
sus mimos y
atenciones había logrado granjearse su voluntad.
Fue entonces cuando los
sentimientos más maternales afloraron en el alma de Adriana, y
por una razón
que no lograba entender, sintiendo piedad por su orfandad,
comprendió que empezaba
a quererla muchísimo, quizás porque al tenerla cerca el
extraño parecido con
Steve estrujaba en su conciencia el sentimiento de culpa que no lograba
evitar.
Era entonces cuando pensaba con pesar que había renunciado a su
hija por falta
de valor y de fe en la misericordia de Dios.
Su intriga culminó
cuando un buen día tuvo la sorpresa de descubrir que la
niña tenía en su pecho
el lunar que ella también
tenía en el
mismo lugar; asimismo observaba con cierta incredulidad que el dedo
meñique de
la pequeña era tambén curvado como
el suyo. Entonces un rayo de esperanza brilló en su vida, y
resolvió
resueltamente indagar en forma por demás muy prudente con su
marido, sobre la verdad. Él le
confesó entonces que
la niña había sido adoptada entre él y su difunta
esposa, en vista de que tras
los primeros dos
años ella no quedaba
embarazada; que como su esterilidad era
funcional y no orgánica, casi inmediatamente después de
la adopción (y como
suele ocurrir con alguna frecuencia), ella
había concebido a su propia hija a
quien llamaron Andrea.
Ya en plan de
confidencias, Adriana le confesó a su marido cómo ella
había tenido una hija, la
que por insensatas razones había dado en adopción, y le confesó sus dudas
acerca de Alejandra. Tras de
esta confidencia, decidieron hacer la
indagación juntos. Fueron a la agencia de adopciones y
confrontando fechas y
datos, a más de los exámenes de ADN, pudieron confirmar
con gran estupor mas
felices, que ciertamente ella era la
madre biológica de la niña. Entonces Adriana buscó
a la niña para derramar en
ella en medio de abrazos y besos todo el torrente
de emoción y alegría que cabalgaban desbocados por su alma, aunque no
pudo aún volcar en ella todo
el cúmulo de palabras amorosas que pugnaban por salir de su
garganta. Alejandra
no comprendía a qué se debía toda esa
emoción. Con su aún infantil razonamiento
terminó pensando que su madrastra estaba feliz por algo que a
ella no le
intrigaba.
Pero un dilema muy
grande le planteaba ahora la vida a Adriana: ¿Cómo
decirle a la niña que ella
era su propia madre y cómo explicarle los motivos por los cuales
la había dado
en adopción? Sería cruel decirle la verdad escueta y
destrozar sus
sentimientos. ¿Callaría entonces por el resto de su vida
continuando a su lado como
sólo una intrusa que
entró en su vida a ser la madrastra a quien la niña tal
vez por satisfacción
familiar había terminado aceptando? ¿La amaría
guardando en silencio la
terrible verdad sin que su hija supiera del privilegio
de saberla viva, y de compartir esa
verdad mutuamente? Y si así lo hiciera:
¿Descubriría su hija más tarde la
verdad y la rechazaría de plano?
Pasaron varios meses de
terrible angustia para Adriana en medio de un silencio que le gritaba
la verdad
a cada instante. Las noches en vela con la transposición de los
rostros de
Steve y de la niña en su mente, la hicieron palidecer y la
languidez y
pesadumbre la llevaron prontamente a un estado depresivo de tal
magnitud, que
alarmó a su marido. Fue entonces cuando la puso en tratamiento
psicoterapéutico
siendo internada en una clínica de reposo en donde
permaneció por varias semanas
al cabo de las cuales regresó a casa. Cuál no sería su dicha
cuando vio
salir a su encuentro a Alejandra su propia hija, la hija de sus
entrañas, quien
ofreciéndole un ramo de rosas y besándola y
abrazándola con ternura y frenesí
en medio de una desbordante euforia le
decía
“mamá”.
Es de anotar que este
feliz desenlace, se dio porque tras de informarle a la niña la
impactante
verdad, Mauricio su padre adoptivo, la habia puesto en sesiones de
consejería
por parte del mismo grupo profesional que
trataba a su madre: Un psicólogo, una trabajadora social,
y un sacerdote
quienes conocedores del problema y antes de que su madre regresase a
casa, la prepararon también por
varias semanas hasta lograr que aceptara
sin traumas el
secreto de su procedencia y se adaptase a la nueva situación.
Fue así como
tuvo lugar y
exitosamente ¡El Reencuentro!
* Del libro “La dama de honor y otros
cuentos”. 2014. Ed. René Mario